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- Joseph - le dijo en cuanto apareció por la puerta -, échala de aquí. Dila que salga de
esta casa... y que se lleve eso con ella.
- Pero - protestó mi padre, desconcertado -, si es Harriet, cariño.
Mi madre le puso al corriente de la situación minuciosamente. No se oyó ni un suspiro
de tía Harriet. Al final mi padre, incrédulo, quiso saber:
- ¿Es eso cierto, Harriet? ¿Has venido aquí por eso?
Lenta y fatigosamente replicó la aludida:
- Esta es la tercera vez. Se llevarán de nuevo a mi niña, como hicieron con los otros.
No puedo soportarlo..., ya no. Creo que Henry me echará de casa. Encontrará otra
esposa que pueda darle hijos cabales, y no tendré nada..., nada en el mundo. He venido
aquí esperando contra la esperanza, en busca de simpatía y de ayuda. Emily es la única
persona que puede ayudarme. Ahora..., ahora me doy cuenta de lo estúpida que he sido
por haber confiado...
Nadie hizo ningún comentario. Con voz apagada, agregó tía Harriet:
- De acuerdo...; ya comprendo. Me iré...
Mi padre no era hombre que pudiera dejar sin precisar su actitud. Por eso dijo:
- No entiendo cómo te has atrevido a venir aquí, a un hogar temeroso de Dios, con esa
pretensión. Y, lo que es peor, veo que no muestras ni una pizca de vergüenza o de
remordimiento.
La voz de tía Harriet fue haciéndose más firme al contestar:
- ¿Y por qué? No he hecho nada de lo que deba avergonzarme. No estoy
avergonzada... Únicamente hundida.
- ¡No está avergonzada! - repitió mi padre -. ¡No estás avergonzada por haber creado
una burla de tu Hacedor!... ¡No estás avergonzada por tratar de que tu hermana fuera
cómplice de una conspiración criminal!
Luego de respirar hondo, continuó en el estilo que acostumbraba a exhibir en el púlpito:
- Los enemigos de Dios nos asedian. A través nuestro pretenden dañarle a él. Trabajan
de forma incesante para trastornar la verdadera imagen; por medio nuestro, vasos más
débiles de elección, intentan corromper la raza. Tú has pecado, mujer; examina tu
corazón y conocerás que has pecado. Tu pecado ha enervado nuestras defensas y el
enemigo ha golpeado a través tuyo. Aunque llevas la cruz sobre tu vestido para
protegerte, no la has tenido siempre en tu corazón. No has mantenido una constante
vigilancia contra la impureza. Por eso ha habido una aberración; y la aberración, cualquier
aberración de la imagen verdadera, es blasfemia..., nada menos que eso. Has creado una
corrupción.
- ¡Sólo un pobre niño!
- Un niño que, si por ti fuera, crecería para reproducirse, y al reproducirse extendería la
contaminación a nuestro alrededor hasta lograr que no hubieran más que mutaciones y
abominaciones. Eso es lo que ha ocurrido en lugares en donde ha sido débil la voluntad y
la fe. Aquí eso no sucederá jamás. Nuestros antecesores fueron de la verdadera estirpe,
la cual nos confiaron. ¿Y vas tú a traicionarnos a todos? ¿Vas a hacer que la vida de
nuestros antecesores fuera en vano? ¡Avergüénzate, mujer! ¡Y ahora vete! Vete a tu casa
con humildad y no con espíritu desafiante. Da cuenta de tu hija, según la ley. Luego haz
penitencias para que puedas quedar limpia. Y reza. Tienes mucho por lo que rezar.
Porque no sólo has blasfemado al crear una falsa imagen, sino que arrogantemente te
has opuesto a la ley y has pecado de intento. Yo soy un hombre misericordioso; no te voy
a denunciar. Tendrás la oportunidad de ser tú la que limpies tu conciencia; arrodíllate y
reza, reza para que tu pecado de intención, así como el resto de los otros, pueda serte
perdonado.
Oí dos ligeros pasos. La niña exhaló un gemido cuando tía Harriet la tomó en sus
brazos. Se dirigió hacia la puerta, levantó el picaporte y se detuvo para afirmar:
- Rezaré, sí, claro que rezaré...
Luego de hacer una corta pausa, agregó con voz más firme y dura:
- Rezaré a Dios con el fin de que a este horrible mundo envíe caridad y simpatía para
los débiles, así como amor para los infelices y desgraciados. Le preguntaré si de verdad
es su voluntad que un niño sufra y sea condenada su alma por una pequeña tacha de su
cuerpo... Y le rezaré también para que se rompan los corazones de aquellos que se
tienen por justos...
Inmediatamente se cerró la puerta y oí sus lentos pasos a lo largo del corredor.
Cuando volví con cautela a la ventana, la vi salir de la casa y depositar suavemente el
paquete blanco en el carruaje. Se quedó observándolo durante unos segundos; luego
desató al caballo, se subió al asiento y se puso en el regazo el paquete arrebujándolo con
la capa.
Al volverse, ofreció una imagen que quedó fija en mi mente. La niña acostada en su
brazo, la capa medio abierta, mostrando la parte superior de la cruz marrón y galoneada
sobrepuesta en su vestido ocre; los ojos, en una cara endurecida como el granito,
parecían no ver nada al mirar hacia la casa...
Después movió las riendas y se alejó.
Detrás de mí, en la habitación contigua, mi padre estaba diciendo:
- ¡Y también herejía! El intento de sustitución podría pasarse por alto; a veces las
mujeres tienen ideas extrañas en tales ocasiones. Yo estaba dispuesto a pasarlo por alto,
siempre que diera cuenta de la niña. Pero la herejía es una cuestión distinta. Además de
peligrosa, es una mujer desvergonzada; nunca hubiera imaginado tanta maldad en una
hermana tuya. ¡Y llegar a pensar que tú ibas a apoyarla, cuando ella sabe muy bien que
has tenido que pasar dos veces por esa penitencia! Hablar asimismo heréticamente en mi
casa; eso no se puede permitir.
- Quizás - intervino mi madre con voz vacilante - no se diera cuenta de lo que estaba
diciendo.
- Entonces es hora de que sepa lo que dice. Nosotros tenemos el deber de que lo sepa.
Mi madre empezó a replicar, pero le falló la voz. Principió a llorar, cosa que nunca
antes la había visto yo hacer. La voz de mi padre continuó explicando la necesidad que
había de pureza en el pensamiento, el corazón y la conducta, particularmente en las
mujeres. Aún seguía hablando cuando yo me marché de puntillas.
Durante un tiempo sobrellevé de mala manera la gran curiosidad que sentía por saber
el defecto que había habido en aquella criatura, y me preguntaba si quizás era un dedo de
más en el pie, como Sophie. Sin embargo, no pude satisfacer mi deseo.
Cuando al día siguiente me dieron la noticia de que se había encontrado el cadáver de
tía Harriet en el río, nadie mencionó a ningún niño...
Mi padre incluyó el nombre de tía Harriet en las oraciones nocturnas del día que
recibimos la noticia, pero después nunca se la volvió a mencionar. Parecía haberse
borrado de la memoria de todos menos de la mía. En ella permanecía claramente, y a
pesar de que yo sólo la había escuchado a través de la pared, tenía inclusive forma y se
mostraba como una figura erecta con un rostro vacío de esperanza, que exclamaba sin
tapujos: «No estoy avergonzada... Únicamente hundida». Y también la percibía como la
había visto por última vez, mirando la casa. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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