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tercero. Hurd avanzaba a tumbos en medio de la oscuridad, sollozando de miedo.
En el fosforescente Sepulcro Central, rodeado por los cadáveres momificados
de sus antepasados, Veerkad entonó el canto ritual de resurrección ante el gran ataúd
del Rey de la Colina, un catafalco gigantesco, la mitad de alto que Veerkad, que ya de
por sí era enorme. Impulsado por la sed de vengarse de su hermano Gutheran,
Veerkad no reparó en su propia seguridad. Levantó una larga daga sobre Zarozinia,
que estaba acurrucada en el suelo, cerca del ataúd.
El derramamiento de la sangre de Zarozinia culminaría con el ritual y
después...
Después, se desataría el Infierno. O al menos así lo pensaba Veerkad.
Concluyó su canto y levantó la daga justo en el momento en que Hurd entraba en el
Sepulcro Central profiriendo un alarido y desenvainando la espada. Veerkad se volvió
con el rostro ciego contraído por la ira.
Sin detenerse un solo instante, y con un brutal salvajismo, Hurd enterró la
espada en el cuerpo de Veerkad, y empujó con fuerza para que la hoja se hundiera
hasta la empuñadura y la punta apareciera por el otro lado. Pero el ciego, impulsado
por los espasmos de la muerte, aferró entre sus manos el cuello del Príncipe, y apretó
con fuerza.
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De algún modo, los dos hombres conservaron durante unos instantes un hilo
de vida, y mientras luchaban, fueron interpretando la macabra danza de la muerte
moviéndose por la sala fulgurante. El ataúd del Rey de la Colina comenzó a sacudirse
ligeramente, con un movimiento apenas perceptible.
Así fue como Elric y Moonglum hallaron a Veerkad y a Hurd. Al comprobar que
ambos estaban al borde de la muerte, Elric. atravesó a la carrera el Sepulcro Central
hasta donde yacía Zarozinia, inconsciente, con lo cual se había ahorrado el espanto de
aquella macabra escena. Elric la cogió entre sus brazos y se dispuso a regresar.
De reojo, vio que el ataúd se estremecía.
 Date prisa, Moonglum. Ese maldito ciego ha invocado a los muertos. Deprisa,
amigo mío, antes de que las huestes del Infierno caigan sobre nosotros.
 ¿Adonde vamos ahora, Elric?
 Deberemos arriesgarnos a volver a la ciudadela. Nuestros caballos y
nuestros bienes están allí. Necesitamos de nuestras cabalgaduras para poder
marcharnos de aquí a toda prisa pues, si mi instinto no me engaña, me temo
que pronto se producirá una terrible matanza.
 Dudo que encontremos demasiada resistencia, Elric. Cuando me marché
yo estaban todos borrachos. Por eso logré huir de ellos con tanta facilidad. A
estas alturas, si continuaron bebiendo como cuando los dejé, no podrán moverse
siquiera.
 Entonces démonos prisa.
Dejaron atrás la Colina y echaron a correr en dirección a la ciudadela.
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Moonglum no se había equivocado. En el Gran Salón los encontraron a todos
tumbados, sumidos en un sueño beodo. En las chimeneas abiertas habían encendido
el fuego y los leños ardían dibujando unas sombras que se proyectaban, saltarinas, por
todo el Salón.
 Moonglum, ve con Zarozinia hasta los establos y prepara nuestros caballos
 ordenó Elric en voz baja . Yo ajustaré cuentas con Gutheran. ¿Ves? Han apilado el
botín sobre la mesa, para regodearse en su aparente victoria.
Tormentosa yacía, sobre un montón de sacos rotos y alforjas que contenían el
botín robado al tío, a los primos de Zarozinia, a Elric y a Moonglum.
Zarozinia, que ya había vuelto en sí, pero que continuaba aturdida, se fue en
compañía de Moonglum a buscar los establos, mientras Elric, sorteando los cuerpos de
los hombres de Org, tirados en el suelo y rodeando los fuegos ardientes, se acercó a
la mesa y, agradecido, recuperó su espada rúnica.
Saltó entonces sobre la mesa y se disponía a aferrar a Gutheran, que todavía
conservaba colgada al cuello la cadena con piedras preciosas, símbolo de su reinado,
cuando las enormes puertas del Salón se abrieron de par en par y una ráfaga de
viento helado hizo danzar el fuego de las antorchas. Olvidándose de Gutheran, Elric dio
media vuelta con los ojos desmesuradamente abiertos.
Enmarcado en el vano de la puerta se alzaba el Rey de Debajo de la Colina.
El monarca que llevaba mucho tiempo muerto había vuelto a la vida gracias a
Veerkad, cuya propia sangre había completado la resurrección. Ahí estaba, envuelto
en sus vestidos putrefactos, con sus huesos carcomidos cubiertos por restos de piel
reseca y cuarteada. El corazón no le latía, porque carecía de corazón; no
respiraba, porque sus pulmones habían sido devorados por las criaturas que se
deleitaban con tales cosas. Pero, por horrible que pareciera, estaba vivo...
El Rey de la Colina. Había sido el último gran gobernante del Pueblo
Condenado que, en su furia, había destruido media Tierra y creado el Bosque de
Troos. Tras el Rey muerto se apiñaban las espantosas huestes que habían sido
sepultadas a su lado en el pasado legendario.
¡Y comenzó la matanza!
Elric apenas alcanzaba a adivinar qué secreta venganza se estaba llevando a
cabo, pero fuera cual fuese su motivo, el peligro era muy real.
Elric desenvainó a Tormentosa mientras las hordas resucitadas descargaban
sus iras sobre los vivos. El Salón se llenó con los gritos horrorizados de los
infortunados hombres de Org. Medio paralizado por el horror, Elric permaneció junto
al trono. Gutheran despertó en ese momento y vio al Rey de la Colina y a sus huestes.
Lanzando un grito casi agradecido, dijo:
 ¡Por fin podré descansar!
Y cayó muerto de un ataque, privando a Elric de su venganza.
El eco de la sombría canción de Veerkad se repitió en la memoria de Elric. Los
Tres Reyes en la Oscuridad, Gutheran, Veerkad y el Rey de Debajo de la Colina. Sólo
continuaba vivo el último..., después de haber estado muerto durante milenios.
Los ojos fríos del Rey recorrieron el Salón y descubrieron a Gutheran
despatarrado sobre su trono, con la antigua cadena, símbolo de su reinado,
colgada de su cuello. Elric la arrancó del cuerpo y retrocedió mientras el Rey de
Debajo de la Colina avanzaba. Chocó contra una columna y se vio rodeado de
espíritus devoradores.
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El Rey muerto se acercó un poco más, y con un gemido silbante que
provenía de las profundidades de su cuerpo putrefacto, se lanzó sobre Elric, que se
vio entonces trabado en una lucha desesperada contra el Rey de la Colina, que poseía
una fuerza sobrenatural, pero cuya carne no sangraba ni sufría dolor alguno. Ni
siquiera la infernal espada rúnica poseía poder alguno contra aquel horror que [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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